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Soren Vargas

¡Viva la sobrinidad!

Mar 1, 2022 | Relatos

«Ser tío constituye una revelación más grande que cualquier filosofía» (Ludwig van Beethoven)

«Nada se compara con el amor de un tío» (Gandhi)

«El que lee mucho y anda mucho con sus sobrinos, ve mucho y sabe mucho» (Miguel de Cervantes)

«Dos cosas son infinitas: el amor por los sobrinos y el universo; y no estoy realmente seguro de lo segundo» (Albert Einstein)

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Mi hermana tiene mis sobrinos mayores, una chica de 14 años y un chico de 9. Mi sobrina mayor es muy lista… hasta que se engancha con videos de YouTube sobre demonios y extraterrestres y ahí se le caen las medallas. Yo le digo que esos contenidos son más falsos que un sabanero con chonete, pero tiene una habilidad innata para ignorar el mundo de los adultos y liderar el de los adolescentes. Y yo tengo que cerrar la boca por toda la sabiduría que no quise escuchar a la misma edad. Aunque ahora soy yo el que le tiene que explicar a mi madre que no, que Obama no es gay porque lo dice un video de YouTube. En esta sociedad nunca se termina de aprender.

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—Tío, vieras que estamos viendo las partes del cuerpo humano en la escuela.
—Muy bien, sobrino, ¿y qué parte te ha costado más aprender?
—Ese huesito que une el pie con la pierna y nos permite caminar («Diablos —me digo—, yo no recuerdo haber visto algo tan específico»).
— ¿Y… cómo se llama ese huesito?
— Pues no sé, porque apenas hemos visto la cabeza y no he llegado hasta ahí, pero voy a averiguar.

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Mi hermano Eduardo tiene dos chiquillas que están en esa edad en que parecen muñequitas. Una tiene 6 años y la otra recién estrenados 6 meses. La mayor es la ternura hecha sobrina: nos abraza, nos besa, se ríe y nos dice constantemente «te amo a tí». La menor, aunque aún es incapaz de revolotear y darle a su tío el afecto que merece, es la risotada hecha lechón, porque solo pasa comiendo, durmiendo y riendo, un estilo de vida tan hedonista que hizo que el pediatra la pusiera a dieta. Cuando la llevamos a que la conociera mi abuela, que tiene 94 años, preguntó:

—¿Y ahora esta de quién es? ¿Es nieta, bisnieta o tataranieta?

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Mis sobrinos vienen en combo para las navidades. La última vez mi sobrino vino todo adolorido, con chichotas, moretones y raspaduras por todo el cuerpo. «Le regalamos una bicicleta para Navidad» nos cuenta mi hermana. «Ahora disfruta con los chicos del residencial la misma infancia que tuvimos. La única diferencia es que nosotros caíamos sobre la tierra, en cambio el enano cae sobre adoquines. Regresa más raspado que marqueta de copero, con las piernas chorreando sirope seco. Pero regresa feliz, porque aprende a levantarse de sus dificultades doce horas al día».

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—Hola, sobrino. ¿Cómo estuvo tu cena de Navidad?
—Muy bien tío. ¿Quiere ver mi regalo?
—Sí, claro.
—Cierre los ojos. Ahora ábralos: es mi nueva ametralladora de balas de goma. (Ráfaga)
—¡Ay, ay, ay, ay, ay!

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Mi sobrino disfruta mucho su mundo de testosterona campestre, aunque a veces se aburre. Pero hoy lo convencí de utilizar su flamante arsenal navideño para espantar a los gatos callejeros del patio, ya que él necesita blancos y yo necesito que esos bichos no entren a la cocina. La familia estuvo de acuerdo, ya que esto es el campo y tenemos que poner a raya la fauna que no categoriza como mascota. También es eso o que le dispare accidentalmente a mi nueva sobrinita, mientras le pasa la fiebre del juguete. Pero mi sobrina mayor es una animalista que ya da alarmantes señas de tintes progre-posmodernos y piensa que el simple hecho de espantar un gato les provoca un trauma psicológico. Así que ocasionalmente, con mi copa de vino en mano, miro hacia el patio: pasa un gato corriendo, después pasa mi sobrino detrás del peludo y luego mi sobrina detrás del gordo dispuesta a darle un manotazo. Me recuerda vagamente a alguna fábula, pero no determino cual. Así pasan sus vacaciones bajo el inmenso azul de Liberia.

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—Tío, en la escuela me dejan muchas tareas.
—Qué bien, sobrino. ¿Y te va bien en las que has hecho?
—Sí.
—Las tareas son un reto. ¿Recuerdas cómo te sentiste cuando te dejaron tu primera tarea?
—Muy, muy, pero muy deprimido.

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Mi sobrina mayor ya no se desorienta con mis ironías. Tampoco se ríe. Las agarra de inmediato, casi diría que anticipadamente, y continúa el juego mientras hace cualquier otra cosa. Tampoco tiene freno en la boca, pero eso es desde siempre. Ayer me pidió ideas para un ensayo de una materia que tiene que presentar, porque al igual que su madre, en los primeros años del cole se confió de su inteligencia y abrazó la vagancia. Así que le redacté algo rápidamente, pensando en su edad. Me contestó: «Tío, eso parece que lo escribió mi hermanito o un retrasado».

Mejor sigo escribiendo estas crónicas, a ver si tengo más suerte.

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— ¿Dónde está mi sobrina mayor?
— Debe estar en la mesa del abuelo, con los lápices de colores —dice mi madre .
— Aquí estoy, en la mesa de abuelito.
— ¿Qué haces?
— Me maquillo.
— Caray… ¿vas para una fiesta…?
— Sí. A una celebración.
— ¿A cuál?
— Al nacimiento de Jesucristo, encarnado en carne.

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Mi sobrina pequeña está celosa de su nueva hermanita. De repente le dice a mi hermano: «Papi, acuérdese que yo soy la primera, mis muñecas son la segunda y la tercera, y ella es la cuarta». Como ambas se parecen mucho, además agrega: «Esa es mi nariz, esa es mi boca y esos son mis ojos». Mi mamá dice que yo fui muy celoso de mi hermana y que un día le di un baile de trompadas, con la consecuencia que mi mamá me recetó un fiesta de chanchetazos. Ante cualquier escalada de conflicto fraterno, así se resuelven las cosas en Latinoamérica.

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— ¡Vea Eduardo, mi nueva sobrina ya me da besitos!
— Seas lolo, ¡se le arrima al cachete porque piensa que es una teta!

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Fui a la playa con mis sobrinos y decidimos no captar con nuestros teléfonos esos momentos mágicos y genéricos que saturan los muros veraniegos de mis compadres virtuales. En lugar de ello jugamos y caminamos mucho. Esta vez aprendí la lección de la pesca pasada en playas de El Coco y me embarré de bloqueador 50-Antiplutonio. En nuestro lugar de paseo, playa Rajada del cantón de La Cruz, también hubo sesión de pesca con mi cuñado, pero aún no soy capaz de matar un cangrejo ermitaño para usarlo de carnada. Mis sobrinos parece que sí tienen futuro en esas artes, mostrándose como carniceros innatos. Por otra parte, el viaje estuvo marcado por el alto pragmatismo gastronómico masculino. Dos hombres y dos niños se traducen en: salchichón, tortilla, Gerber en empaque de mayonesa y té frío. Es un combo infalible que les recomiendo para olvidar las preocupaciones alimenticias de cualquier paseo con niños por las playas más preciosas de Costa Rica.

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—Soren, ¡dele a sus sobrinos del postre de hígado que usted dijo!
—Abuelita, ¡qué asco!
—Helado de HIGO, mami, DE HIGO.

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Tanto el día de la madre como del padre son feriado obligatorio. ¡Pero nadie se acuerda de los tíos! Somos aún más indulgentes que los abuelos, puesto que la corrección nunca es nuestro problema, a lo sumo un regaño. Por eso somos capaces de arrastrar a nuestros sobrinos hacia aventuras descabelladas, devolviéndolos a sus padres cuando ya están todos sucios y raspados y no hay nada qué hacer. ¿Qué pueden reclamar estos, si una de las grandes funciones de los tíos es darle tiempo libre a sus hermanos? Y eso tiene un precio. Por otra parte, los tíos pagamos el nuestro: somos sistemáticamente asaltados. No podemos negar ninguna moneda a estas preciosas criaturas, a menos que realmente estemos en la lipidia. Pero algo hacemos. Por eso siempre verán a los sobrinos en las pulperías cuando llegan donde sus tíos, para volver cargados de frituras, helados y gaseosas. «Me lo regaló mi tío» es una de las frases más invencibles de la niñez. Por eso aquí están a salvo, en el reino de la alcahuetería sin condiciones, pequeños guerreros.

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