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Soren Vargas

El mundillo de los poetas costarricenses

Feb 28, 2022 | Poesía costarricense

Jonathan Wolstenholme

A Benedicto Víquez Guzmán (09 de octubre de 1943–25 de junio de 2015)

«¿Quién va a querer aprender a dibujar o a escribir como un autor ya conocido? ¿No es acaso el estilo propio lo único que nos puede alejar de la mediocridad?» (María von Touceda)

«La gente publica sobre autores que “merecen ser leídos”, pero que ya de por sí son leídos. ¿Por qué no publican sobre buenos autores que no son leídos?» (Pablo Aguilar)

«—El hierro se afila con hierro —respondió el salmista, cuando le preguntaron por qué no leía a todos sus colegas.» (Alexander Spin-Gotha)

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En Costa Rica todos somos poetas, empezando desde la presidencia.

El presidente saliente, Luis Guilermo Solís, le reprochó durante su mandato a Silvio Rodríguez: «Le pido disculpas por decirle “querido” Silvio sin haber tenido el placer de conocerlo personalmente. Sin embargo, ¿cómo no decirle “querido” al trovador que ha llenado tantas de mis noches de inspiración y tantos de mis días de luz? ¿Cómo no decirle “querido” a quien me hizo descubrir, también a mí, el unicornio azul que habitaba en mi jardín?»

Por su parte, el presidente entrante, Carlos Alvarado, que aunque es novelista, tampoco escapó a la larga sombra de la poesía desde su primer día. El Premio Nacional de Poesía le dedicó un largo poema en forma de discurso durante el traspaso de poderes, loando aquella patria soñada que el presidente construirá. Qué compromiso para cualquier político. Ahora tendrá que pasárselo a su editor, el Banco Mundial, para que le diga cuánta tijera meterle.

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Sin embargo no todos nuestros políticos tienen la misma concepción de qué es la poesía: «Hoy en el plenario: Dice una diputada que hace poco escribió una poesía y que se va a permitir leer UN PÁRRAFO.» (Gabriela Salas)

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Costa Rica genera poetas casi de manera espontánea , aunque muchos desaparecen por combustión espontánea. Como en este país los índices de lecturas son muy bajos, y el mercado de la poesía es el que más lo sufre, a veces visceralmente, un día se anunció una huelga de poetas. Yo estaba aterrorizado de salir a la calle y toparme con 4 millones de huelguistas.

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«Un hombre reprochó que una empresa de telecomunicaciones envió un mensaje que incluía un poema suyo. Por lo tanto, solicitó: “Quiero que se investigue lo que yo creo es espionaje y piratería porque quieren apoderarse de mis poemas”» («Ticos denuncian al OIJ brujería, ovnis y hasta que la CIA los vigila», La Nación, San José, 07–05–17)

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Como un gran número de poetas coincide regularmente en unos pocos bares de la Gran Área Metropolitana, cuando uno se encuentra con otro lo primero que hace es contarle sobre la fiesta que se pegó con la caravana lírica. A continuación los nombra por nombre y apellido, porque es importante la cita de autor, pero también porque asume que todos se conocen. El problema es que todos los días aparecen tantos que, si uno pierde el hilo, la lista suena como la del megáfono de un EBAIS. A veces uno prefiere que se ajusten al APA y citen: «Mi yo lírico et al».

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No hay reunión de poetas en un bar que no termine con esta frase: «Qué mal que está la poesía y esa mierda que publica Visor».

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Ambiente literario: I. Eufemismo utilizado en Costa Rica para describir un puño de escritores que piensa que todos los costarricenses los conocen o deberían conocerlos. II. Relativo a todo texto que se pueda leer en un bar. III. Opinión negativa sobre el integrante de un recital mientras abandona su silla para ir al baño.

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— ¿Cuántos literatos o poetas pensás que son alcohólicos en este país?
— Hombre, la pregunta es al revés. En este país, ¿cuántos alcohólicos piensan que son literatos o poetas?

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Nuestros poetas también asumen su oficio en las redes sociales. No son pocos los perfiles de Facebook que dicen: «Trabaja en Poesía». Yo me pregunto: ¿Dónde quedará eso? ¿Pagarán bien? ¿Se trabaja? ¿Será un bar?

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En este pequeño paraíso tropical tenemos poetas de todo tipo, desde costumbristas hasta muy experimentales, buenos y malos. El problema es que la idiosincrasia tica tiene poca simpatía por lo diferente, por lo cual se forman grupúsculos con afinidades estilísticas que se mantienen en una especie de guerra fría. Un amigo los llama cofradías. Cualquier crítica de un miembro de un grupo a otro es tomada como envidia y desprecio hacia sus vates. Estas discrepancias a menudo se trasladan — con todo y cantina — a las redes sociales. A menudo, cuando alguien dice que un poema no le gusta, el poeta lo reta públicamente a los golpes.

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Eso no quiere decir que no exista la camaradería ni los comentarios positivos entre todos los poetas. Sobre todo cuando alguien invita a una ronda. Sin embargo, internamente, el apoyo entre cofrades tiene una solidez que entusiasmaría al mismísimo Homero. Los epítetos que usan algunos para referirse a los escritores amigos suelen incluir frases como «el mejor de los últimos tiempos», «un parteaguas», «un titán», «hay un antes y un después en la poesía costarricense» y «con una obra colosal».

Aquí debería estar la casa Editorial Gredos y no en Barcelona.

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Parte de esta fragmentación grupuscular tiene su historia. A Costa Rica llegó lo más parecido a un vanguardismo literario a finales de los 70, con el célebre Manifiesto trascendentalista. Tal anacronismo hubiera pasado desapercibido como una simple curiosidad histórica ( supra-histórico y supra-estético según el crítico Cristian Marcelo), de no ser porque las siguientes generaciones de poetas se lo tomaron muy en serio. Desde entonces muchos quieren liderar otra especie de movimiento estético poético que lo suplante, apelando a los viejos conceptos de «ruptura», «juego» y «experimentación». Mas en el siglo XXI tales conceptos funcionan como propaganda: si no podemos resucitar un cadáver, podemos volverlo una mascota zombie.

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Yo conozco un taller de formación perfecto para esos poetas que solo quieren jugar con las palabras, jugar con los conceptos, jugar con el lector. Se llama kínder y es mejor que se quedaran ahí.

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Esta idea se ha puesto tan de moda, que un jurado nacional premió un libro de poesía por su «afán apocalíptico de ruptura» (¡!). Estoy seguro que solo atinó en que por nuestra poesía ya caminan monstruos apocalípticos.

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Cuando un lector detecta que tales rupturas, juegos y experimentaciones no son originales de un poeta, su grupo de amigos siempre resalta el mismo mérito: «Fue el primero en hacerlo en Costa Rica». Cuánto nos parecemos a los chinos, pienso. Porque aquí la piratería también ocupa un lugar solemne.

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Al menos quienes estudiamos arte y diseño lo tenemos más claro. Los recursos de la experimentación poética han sido trillados una y mil veces desde hace unos 70 años (a partir del declive del vanguardismo). Está tan artísticamente gastada que su último reducto son los mensajes publicitarios, carentes ya de toda significación artística. Precisamente porque aparte de impactar — y eso cada cada vez menos — ya han perdido toda su capacidad de cuestionamiento. ¿Tan difícil es buscar una voz poética propia entre todo lo que nos guste?

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A veces parece que sí. Cuando estuve leyendo algo de poesía costarricense reciente, se me ocurrió juntar a los poetas en una obra de teatro titulada 11 atrapados en un mismo estilo. O editar una antología llamada Apague y vámonos.

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Pero tal como lo mencioné, nuestro país también ha tenido y tiene actualmente buenos poetas, de todos los estilos, con su propia voz y una obra honesta. Algunos gustan de la polémica, otros en cambio mantienen un bajo perfil o no apetecen de los recurrentes retos a los golpes por divergencias de gusto. En cualquier caso, compartir con ellos es algo difícil de olvidar.

Y tampoco los poetas malos no lo son tanto, tan solo parecen extraviados en medio de un mundillo convulso, pero tarde o temprano se alejan de las modas, aunque sea por la inercia de la edad. Yo solo conozco a dos decididamente malos. Uno especialmente escribió en todos los estilos en pugna, arruinándolos. Pero hasta eso tiene mi admiración. No es cualquiera.

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Por dicha existen los críticos, que usualmente también son poetas amigos. Eso sí, debido al clima de resentimiento y las acusaciones de envidia, no es raro que se alineen con alguna cofradía. Es mejor una palmadita en la espalda que la terrible sombra del ninguneo. Después de todo son la mejor herramienta propagandística para desacreditar a un poeta en contraste con las virtudes de otro, y también funcionan como escuadrón de rescate para obras que no pueden defenderse por sí solas. En consecuencia, como dice un amigo, «para muchos poetas de este país, la crítica adversa, o la mala prensa, es una prueba irrefutable de calidad y trascendencia.»

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Uno lee columnas, por ejemplo, donde se defenestra contra poetas «predecibles». Pero cuando uno de estos predecibles es un amigo, el crítico argumenta que su obra no es predecible, sino «confiable».

Qué predecibles, qué poco confiables.

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Graduarse en letras en una universidad de prestigio, nacional o extranjera, no necesariamente te hace un buen crítico. Pero el privilegiado acceso a ese conocimiento o lecturas, por lo menos debería aumentar el umbral de vergüenza de algunos.

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Ya solo el hecho de llamar a una crítica literaria como «valiente reseña», es señal de que hay que ser muy valiente para reseñar positivamente a ciertas obras. Sin embargo, hay que admitir que creatividad no falta. A como hay escritores que inventan a otros escritores, aquí tenemos críticos que inventan otros críticos para escribir cobardes reseñas.

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Pero no solo los críticos le dan un empujoncito a los amigos poetas. También los otros poetas cuando ejercen de críticos. Por lo general los apoyan públicamente con hiperbólicas y divertidas falacias de apelación a la autoridad que utilizan la siguiente fórmula: «Estoy leyendo + X obra u autor + Es tan buena que con mi criterio basta». Por ejemplo:

«La obra de Juan Vainas es monumental e incuestionable; he dicho.»

«En mi terraza leyendo Yo soy yo y mi circunstancia: dialéctica de un taxi; no hay nada más.»

«Terminé Los dientes de mi vagina; el resto no importa.»

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Pero bueno, es que los poetas somos un caso. De una u otra forma nos gusta comentar sobre lo que estamos leyendo, y siempre tenemos poetas más admirados que otros, sean amigos o clásicos. Aunque algunos se pasan y hasta le desean un feliz cumpleaños a los poetas muertos. A mí eso de desearle feliz cumpleaños al escritor muerto conocido me parece excesivamente esnobista. Prefiero desearle feliz cumpleaños al poeta desconocido y que por lo tanto permanece muerto.

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Y sobre el mundillo editorial de la poesía costarricense hay material para una saga. Con tanto ego suelto que necesita un poemario, muchas editoriales solamente publicitan: «Conviértete en autor, publica un libro». Ojo. No se trata de darle un libro de poesía al mundo, se trata de presentarse como un poeta ante mundo. Y eso es muy diferente. Como dice una frase cuya cita perdí: «Él quería un público, no lectores».

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Aunque hoy en día existen sellos muy comprometidos con el diseño editorial (y algunas con los textos de calidad), a menudo les reprocho dos cosas. Una, que dejen a los poetas decidir sobre el título de su poemario, porque gran parte de los mismos parece obra de un generador aleatorio de ponencias de ciencias sociales. La otra, es que por favor, no diseñen tantas cubiertas como afiches de una película clase-B.

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Finalmente, sobre la autopublicación solo comentaré lo que me dijo un amigo:

— Hoy leí este titular sobre la Feria del Libro de Fráncfort: «La calidad es tan buena que, a día de hoy, los libros autoeditados ya apenas se diferencian de aquellos que publican las editoriales».
— En costa Rica la calidad de los autoeditados es tan mala que tampoco se diferencia de los de las editoriales.

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